A fines de enero de este año, el Congreso dictó la Ley No. 31676 que criminaliza la designación incorrecta de funcionarios públicos. En pocas palabras esta ley indica que el funcionario que nombra, designa o contrata a alguien que no cumpla con los requisitos para el cargo, se va preso. Y también se va preso el que acepta el cargo sin contar con los requisitos “legales”.
Muchos aplaudieron esta norma populista. Seguimos creyendo que con leyes vamos a evitar que los peruanos continúen eligiendo malos gobernantes y, que éstos, a su vez, nombren a ministros y otros funcionarios incapaces o incompetentes.
Nunca pensé que la incompetencia o la estupidez pudiese tener pena de cárcel. Pero, reflexionando sobre quién o quiénes asesoran a nuestros congresistas en la preparación de los proyectos de leyes, deduje que muchos de ellos deben ser abogados. Estos deben asegurar a los parlamentarios que las normas legales sean compatibles con la Constitución, tengan una razón para su emisión, sean útiles y plenamente aplicables. Los abogados ponen en práctica los conocimientos que han adquirido en la universidad para dar la mejor asesoría posible a su cliente que, en este caso, es un congresista. Al menos, debería ser así.
Cuando un abogado no usa sus conocimientos o carece de los más elementales, es que se dan leyes estúpidas como la que he descrito. Solo hay dos opciones: O los abogados que asesoraron a los congresistas, a sabiendas de que esa ley era puro populismo en materia penal, abandonaron sus conocimientos para servir a la política callejera; o, lo que sería peor, esos abogados carecen de los más elementales conocimientos jurídicos. Creo que es más de lo segundo que de lo primero.
Todo empieza en las facultades de derecho, en las que (en su gran mayoría) la enseñanza ha sido sustituida por la técnica del olvido; es decir, mejor es no acordarse de nada porque de nada te va a servir lo “enseñado” cuando se ejerza la profesión.
Es triste decirlo, pero el nivel de los estudiantes ha ido decreciendo, y la universidad se ha ido adaptando a esa mediocridad. El estudiante dejó de ser tal para convertirse en un cliente al cual hay que satisfacer. ¿Y cómo hacerlo? Fácil: manteniéndolo contento y alejado de cualquier desafío académico, ofreciéndole una enseñanza superficial del derecho, usando enlatados “académicos” (mientras menos se piense mejor), etc. Para lograrlo, las facultades de derecho (en su gran mayoría) han creado o, al menos, promovido nuevos perfiles para el profesor, que resumo a continuación:
EL PROFESOR POWER POINT (PPT): Para su clase recurre a una forma de “enlatado académico”, en la que prepara su presentación sobre un tema específico que, además, usará durante mucho tiempo. De esta manera, ya no se preocupará de preparar su clase, y podrá usar este “enlatado” cuantas veces sea necesario. Y, los estudiantes, recibirán una copia de ese “PPT” para “estudiar” la materia y rendir examen sobre esos contenidos. ¡Ah! Eso sí. ¡Ay del profesor que pregunte sobre algo que no está en el PPT!
EL PROFESOR “MISS” SIMPATÍA: Su gran preocupación son las encuestas o “evaluaciones” que hacen los estudiantes sobre su performance en clase. Entonces, olvida los conocimientos profundos y enseñar a pensar, para enfocarse en ser un amigo más de los alumnos, haciendo de la clase una anécdota llena de eventos graciosos o superficiales. Lo único que le falta a esa clase es la “hora loca”.
El PROFESOR COMENTARISTA DEPORTIVO: Así como un comentarista narra un partido de fútbol, este profesor se limita a comentar el texto de una norma, en la mayoría de los casos, repitiéndola, pero con palabras distintas. El alumno, para pasar el curso, deberá memorizar la ley para luego olvidarla.
EL PROFESOR ALUMNO: Esta es una especie muy interesante. El primer día de clase distribuye los temas del curso entre los alumnos. Luego, programa a lo largo del ciclo de enseñanza, las exposiciones que los alumnos deberán hacer sobre las materias que el profesor renunció a enseñar, para que los estudiantes, en calidad de autodidactas, lo reemplacen.
EL PROFESOR CUENTA CUENTOS: Este profesor, se “especializa” en convertir una clase en el relato de todas las aventuras o anécdotas que ha vivido en el ejercicio de la profesión. Les dice a sus alumnos que, les “transmite experiencia de vida”, que es lo más valioso de aprender para ejercer satisfactoriamente la profesión de abogado. Es decir, se ofrece como ejemplo de vida a seguir por parte de los estudiantes.
El PROFESOR MESIÁNICO: Este profesor constituye el “pensamiento único”; su voz es la única autorizada para hablar de la materia. Por lo general, ha escrito algún libro, el cual, de modo discreto recomienda leer a sus estudiantes (hay que comprarlo) para conocer a cabalidad la materia que él expone, sin que pueda existir algo diferente. Por lo general, este tipo de profesor llega al salón de clase “levitando”.
¿Ya no hay buenos profesores en las facultades de derecho? Sí los hay. Son pocas las facultades que aún consideran al derecho como una ciencia, en la que es importante que los profesores y estudiantes sean conscientes de que la universidad es un centro de altos estudios, donde la epistemología (el conocimiento profundo) se impone al doxa (el conocimiento superficial).
Son épocas difíciles para los profesores exigentes, puesto que resultan incómodos para el actual modelo “educativo”, son antipáticos porque enseñan a pensar, exigiendo a los estudiantes que lean diversos autores y confronten sus opiniones en clase, en un diálogo socrático con el profesor. Del debate sale la luz, de las dudas fluyen certezas o mayores incertidumbres por lo incierto del tema (no todo tiene una respuesta certera). Aquellos profesores que se preocupan por elevar el nivel de comprensión lectora de los estudiantes serán mal vistos. Y esto no solo ocurre en nuestro país, es un problema mundial. Hace poco un famoso profesor de química orgánica que enseñaba en la Universidad de Nueva York (NYU), fue despedido, porque 82 de sus 350 estudiantes firmaron una petición contra él. Los firmantes se quejaron porque era muy exigente y no lograban mayores notas. Esta famosa universidad se rindió ante la “ignorancia organizada”.
Enseñé por más de 15 años y decidí dejar de hacerlo. Les cuento algunas de mis razones:
−Antes del inicio de un ciclo académico entregaba lecturas por cada tema a tratar. Con el propósito de que los alumnos fuesen al salón de clase con alguna idea de lo que iba a ser materia de debate en clase.
−El problema es que el nivel de comprensión lectora cada vez era menor, y los alumnos se quejaban, porque los mandaba a leer. Preferían, así me lo decían, que les explique el contenido de las lecturas. Es decir, que sustituya su razonamiento. Se resistían a pensar.
−Era frustrante llegar al salón de clases y ver que los alumnos no tenían la menor idea de lo que se iba a tratar. En una clase en particular, al darme cuenta de que no habían leído nada, me inventé una teoría y la describí en la pizarra. Todos los estudiantes, muy entusiastas respaldaban la falsedad que les planteé. Al final les dije que todo era una mentira y que era muy fácil engañarlos, si no estaban debidamente preparados para cuestionar.
−En otra clase, cuando empecé a tratar un tema, pregunté a varios estudiantes cuál era su fuente de investigación y la gran mayoría me dijo que había recurrido a Wikipedia. Ante tal respuesta, les pregunté si sabían dónde quedaba la biblioteca y, para mi sorpresa, no tenían la menor idea.
−Al final del ciclo hubo varios jalados. Entregué las notas a la facultad y al cabo de una semana, el decano me llamó porque los padres de un estudiante se habían quejado porque había jalado a su hijo, a quien solo le faltaba un punto para aprobar. El decano me pidió que, para evitar problemas, subiera la nota que no merecía el estudiante. Me negué. Ese fue mi último ciclo académico.
Hoy, cada vez que entrevisto a los estudiantes que desean postular como practicantes al estudio de abogados que dirijo, me doy cuenta de que las cosas han empeorado. Es como si alguien quisiera ingresar al conservatorio de música y no tiene la menor idea de quién es Ludwig van Beethoven. Lo mismo ocurre en el campo del derecho procesal, que es mi especialidad, cuando les pregunto quién es Chiovenda, Couture, Carnelutti, Satta, Calamandrei, entre los clásicos. O, si pregunto por autores más contemporáneos como Ada Pellegrini, Augusto Morello, Jorge Peyrano, Luigi Ferrajoli o Joan Picó I Junoy, los rostros de mis entrevistados varían entre el asombro y la tristeza, al saber que nada saben.
Hace poco llegó a mis manos un PPT en el que se describía a un gran maestro del derecho procesal de la siguiente manera: “El procesalista argentino, Piero Calamandrei…”. Es como si dijera: “la gran cantautora cubana, Chabuca Granda”. Calamandrei nació en Italia y hasta donde sé nunca fue nacionalizado argentino. Así estamos y eso se transmite con absoluta impunidad.
La gran mayoría de las facultades de derecho, solo producen abogados destinados a operar un sistema legal absolutamente fallido, renunciando a formar juristas, que son los únicos que pueden usar el derecho como instrumento de transformación social. Cualquiera puede ser abogado, pero no cualquiera puede ser calificado como jurista.
Adrián Simons
Mayo 2023